miércoles, 13 de febrero de 2008


ÈXTASIS HORMONAL EN EL CENTRO

Lo mejor del embarazo es su color de azar que se me antoja añil desde hace unos meses. Hace unos cinco años, cuando era una mujer sin este placer, obsequiè regalos a una compañera embarazada para su futuro hijo. Ella quedò muy impresionada por mi inclinaciòn cromàtica al comprar algunas prendas de vestir para el imberbe.

Cuando era pequeña sentìa asco y pena por esos bebès vestidos en tonos pastel mezclado con vòmitos infantiles, asì que los obsequios para el bebè de mi amiga eran onesies o camisetas marrones, verde oliva, vinotinto o grises. Le parecieron lindos monitos y camisitas; a mì me parecìan como para un bebè muy serio y de respetar. No he conseguido nada por el estilo en ninguna de las tiendas que he visitado, razòn por la cual -entre muchas otras- decidì adentrarme en el centro de Caracas para hacerme con un tambor de bordado, algodòn o lana de merino y fajarme a ser una preñada convencional para vestir a mi chico o chica como me venga en gana. Nada de rosaditos ni azulitos poceta.

Si bien el centro de Caracas no es el lugar ideal para muchos y muchos rechazamos acudir a sus bocacalles de cacerìa y sorteando mejores precios, el mismìsimo centro se convirtiò ayer ante mis ojos en ese barrio del que yo sentìa que sòlo los inmigrantes europeos conocìan sus màs milenarios y hermèticos secretos.

Acompañada por mi amigo Nelson, baquiano del dìa y casi siempre, nos apeamos de un carrito por puesto alrededor de la Avenida Bolìvar y no dirè màs porque si este lugar llegara a desaparecer no podrìa yo vivir con la culpa. De allì, sedientos y decididos, desvirgamos ese territorio ignoto para nosotros y què delicia de organizaciòn!, què eficacia y què irreverencia exquisita del y hacia el socialismo! Quedè profundamente impresionada con las hermosas mujeres que presidìan la rotativa de impresiòn de caràtulas de pelìculas -por llamarla de algùn modo-, juguetones varones quemando y guardando DVD`s en estuches a ritmo de fàbrica de fòsforos y otros que, sin necesidad de gritar, vendìan cebada "friìta" con hielo, una bebida para la que he sido virgen toda mi vida. Ni siquiera sabìa que vendìan algo similar. Me encantò saber que esta gente suministra insumos para mi entretenimiento y educaciòn y que hay unos còdigos y estàndares para este negocio visto por muchos con malos ojos. Le agarrè màs odio a esa cuña de la piraterìa que proyectan en los cines de Caracas... què necedad! Esta gente me educa por debajo de cuerda y lo agradezco. Yo no me copiè nunca del trabajo de nadie en el colegio y sì compro las pelìculas que jamàs verìa en las salas comerciales de seguir esperando como esperan muchos. Aquì aùn no han visto The Queen los que como Godot y sigue estando anunciada.

Como una niña, agarrè de las resmas de papel de las caràtulas de las pelìculas: ay! Meteoro, ay! la rumana, ay! una islandesa. Cuando preguntamos acerca de este novedoso sistema de venta en el que uno no toma la pelìcula en sì sino el papel con el diseño del estuche, pensè en que era una variante de los restaurantes fast food en Japòn pero con el cliente dando vueltas en lugar del sushi o del roll, y ahì mismo fuimos informados de la realidad del asunto: "no mira, aquì esperamos a que los estrenos mundiales salgan", "y de dònde salen" -preguntamos-, "de allà al lado nos traen los estrenos y los estrenos mundiales, pero para Meteoro hay que esperar, esa todavìa no està lista". Nelson y yo nos miramos y pensamos al tiempo: buhoneros al fresco, esto sì que es moderno.

Merodeè y vi otros tìtulos que no eran estrenos mundiales: El Santo y Blue Demon y otras cosas de Tinto Brass, de Jorge Negrete. Una hora màs tarde ya caminàbamos por San Jacinto, a buscar lanas, tambores y patrones. No hacìa calor, la tarde estaba amigable. A veces un vientecito hacìa erizar mis brazos, luego el sol los calentaba de nuevo, un microclima que han creado mis hormonas con escenarios hiperrealistas de lujo en el tròpico.

El hambre llegò, màs hiperrealismos, y ahì estaba enfrente el antiquìsimo restaurante Beirut, convertido en un super comedor del medio oriente un piso màs arriba hace màs de una dècada. Allì almorzamos hacia las 4 pm. Luego bajamos hasta la avenida Fuerzas Armadas, muy cerca de donde vivìa mi abuela y cerca de esa tienda irreplicable, el Depòsito Candelaria, siempre atiborrada de ristras de chorizos, seguidillas de lomo embuchado y redondillas de torres de aceitunas, encurtidos, cebollas perladas y ajos en vinagre. Regresamos al puente, debajo y literalmente donde juegan los Karpovs y Kasparovs criollos rodeados de libros, enciclopedias, revistas de colecciòn, còdigos y viejos compilados de Derecho. Nelson me preguntò: "Jugamos?" y yo estuve a un tris de honrar su peticiòn, pero no quise hacer de maestra de ajedrez y màs adelante registramos aquel suplemento prohibido en mi casa "Susy, secretos del corazòn", y otros como "Lorenzo y Pepita", "Archi" y "Vampirella" y las revistas "Geomundo", "National Geographic", "IDEAS" y hasta una BAZAAR en ESPAÑOL con una jovencìsima Cameron Dìaz pre Justin Timberlake Era. Por un instante y al ver a tantas mujeres sentadas còmodas frente a sus tarantines de libros usados, me vi en sus vidas prestadas, frente al viejo cine Hollywood y ese estilo Bauhaus reinterpretado à la tropicalia y disfrutando del clima de ayer por la tarde. Me vi feliz, en Caracas, en la Candelaria, donde una vez tambièn fui muy feliz cuando niña. Què coño he estado pensando toda mi vida! Esta es la vida, aquì sentada al pie de tus libros con esta brisita literaria. Que te da hambre, pegas una carrerita al Mesòn Segoviano y te comes una tortilla gallega. Que te da sed, pues a la vuelta està ese señor con el carrito de jugo de caña. Y serà que despuès de tanto estudio y tanta sandez no debìa ya convertirme en buhonera y santaspacuas.

Seguimos hacia la Urdaneta. Conversamos acerca de la fascinaciòn de los alemanes por el Caribe. Bajamos hasta la plaza. Los edificios chatos de la Candelaria -porque regresamos al lado de la Candelaria- lucieron sus fachadas màs Bauhaus para mì, o las hormonas estuvieron tambièn a cargo de crearme ese escenario. El edificio Parìs, hermoso y en penosas condiciones, supervisa las sesiones de pesas de unos 60 hombres frente a la Plaza. Màs edificios otrora preciosos y funcionales se ven amenazados por el infame gusto de los remodeladores. Casi contengo la respiraciòn esperando que no hayan tocado a nuestro Hotel Waldorf criollo, al lado de la Casa Italia que vi de refilòn. Ya le habìan puesto la mano... Mecachis!

Ya cerca de las 6pm. y enamorada de la tarde, de mis compras, de mi niñez en La Candelaria, de mi condiciòn de clase baja hija de inmigrantes, de mi preñez y de mi repentino cansancio, abracè este revoloteo hormonal que me dio un subidòn màs genuino que cualquier otra cùspide de mi vida de rockstar pre embarazo.

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